domingo, 19 de mayo de 2013

Sueña con ser narco. (esto es más un grito de desesperación que otra cosa).

Imagínenselo: es bien parecido, moreno claro, no muy alto, delgado, tiene 17 años, habla con acento del norte, siempre baja la mirada, hace muecas con la boca cuando algo no le parece. Es mi alumno, casi siempre pasa desapercibido.
Parece un chico de su edad que cabe dentro de lo que llamamos normal, pero en realidad ocupa mucha de mi atención desde un día –de esos que buscan la manera para no estar en clase y te cuentan sobre todo y nada- que me platicó sobre sus sueños. Sus sueños. Una pregunta simple destapó la cloaca:
-¿Qué hizo el fin de semana?
-Pues nada miss, acompañé a un amigo a entregar mercancía
-¿Qué? Pregunte.
- Sí miss, a veces los acompaño nomás para ver.
-¿Para ver qué?
-Pues cómo le hacen, yo le quiero entrar al negocio.

No lo recuerdo bien, pero algo así fue su conversación, me quedé paralizada, ahora comprendía porqué le encantaba empeñarse en que yo viera sus videos de ejecutados.

Por primera vez, -desde que creí que era buena idea meterse en eso de la educación- no tenía respuesta para las miles de preguntas que me bailaban en la cabeza.

Desde ese día, intenté e intenté investigar qué era lo que había sucedido en su vida, lo qué pasaba por su cabeza. No lo podía creer, le hablé sobre ética, sobre lo correcto, sobre la patria, sobre lo honesto, ningún argumento funcionó, nada podía contra la idea completamente errada de lo “honorable” de estar dentro de “los chingones”, “los que no se dejan” los sicarios. Qué podía yo hacer contra el “varototote” que ganaría cuando lo aceptaran.

Luego un amigo me dio un consejo: -“Dile que de ahí no salen más que muertos”. Lo hice, sólo respondió: “De algo me he de morir, además moriré con dinero, que más da, además creo que a las mamás o viudas le dan el dinero que uno gana”.

No lo comprendí y no lo comprendo, es cómo si viviera en otro mundo, como si no existiera la realidad –la que yo veo-, como si viviera en algún otro lugar.

El otro día se acercó a mi oficina; de tajo me soltó: “Creo que estoy deprimido miss” Lo he observado y es listo, observa, no dice mucho, sólo observa, y claro deduzco que si es listo es obvio que esté inconforme con lo que le rodea, pero ¿cómo ayudarle?
Le dije que  hay veces que tenía que buscar ayuda externa, que no siempre podemos resolver todo. Que buscara ayuda, no sé si esa respuesta era suficiente, cómo voy a poder ayudarlo a él si la depresión es algo que nunca he podido manejar yo.

En fin, como les dije, esto es más un grito, que un relato, en el Querétaro de “no pasa nada” hay niños soñando con ser narcos, que viven además deprimidos y definitivamente el sistema no está ni cerca de tener los medios para poder ayudarlos. ¿Cuántos no habrá así? ¿Cuántos pasarán todos los días junto a mí? ¿Por cuántos de ellos no podré hacer nada más que decirle la fórmula de siempre que a mí no me ha ayudado en nada?

¡El mundo es absurdo, estúpidamente absurdo!